
Cuando me planteo que es para mí la vida, el concepto varía. Dependiendo del momento veo un aspecto de la misma. La vida es rica, tiene muchos matices y me enfrento a ella no como algo rígido sino con la flexibilidad que me da el verla evolucionar.
Lo que siempre conservo es la importancia de la coherencia personal. Si se me permite un ejemplo, no busco la coherencia de la luz láser, esa monocromática y con fuerte intensidad que nos permite incluso cortar la materia. No. Es más importante una especie de coherencia matemática. En mi opinión lo esencial es la continuidad. Eso es, no es tan importante que cada acto sea valorable como bueno o malo per se, sino dentro de una vida. Ser uno mismo con una coherencia en el transcurrir de la vida.
Esto no implica para mi que no se pueda variar de forma de actuar, de pensar o de valorar sino ser capaz de reconocerse en cada uno de esos actos a uno mismo al pasar de los años.
Es decir, siguiendo el símil matemático, nuestra vida debería ser una función continua, derivable en cada uno de sus puntos.
Eso no quiere decir que no haya altos y bajos, que no haya cosas en nuestra vida que nos hace parar, establecer nuevos valores o replantearnos los anteriores.
Son esos puntos de inflexión que aparecen en la curva de nuestra vida los que marcan nuestro carácter y nos hacen madurar. Esos que sabemos que lo son porque, como en las matemáticas, la derivada es cero, son momentos en que no estamos para nada ni para nadie: una enfermedad grave, una quiebra económica, un fracaso sentimental, la muerte de un ser querido… y esos puntos de inflexión suelen dar un cambio al discurrir de nuestra existencia. Después de algo así no somos los mismos. Aunque podemos pensar que seremos mejores, no siempre es así. Necesitamos, como en el caso matemático, un análisis más fino, estudiar esa segunda derivada que con su signo nos indicará hacia donde hemos ido. Esos momentos son muy duros, sufrimos como nunca y es ese sufrimiento el que nos cambia. Puede que nos hagan más egoístas, nos encoja el corazón para siempre, que para no sufrir de nuevo no volvamos a ilusionarnos con nada ni con nadie o también puede hacernos mejores. Más comprensivos con los demás, más dispuestos a ayudar, más valientes y fuertes ante las dificultades, personas capaces de disfrutar con todo y con todos, más comprometidos con ideales y personas…
También he de decir que esos puntos de inflexión no son excluyentes. El que pases por uno, no quiere decir que te inmunice de los otros, son sucesos estocásticos independientes y de cada uno de ellos salimos mejores o peores.
Por alguna razón, siempre pensamos que los puntos de inflexión son únicamente los malos. También los hay positivos. Las grandes alegrías de la vida, los momentos que compartimos, los logros alcanzados, las personas que encontramos, amigos, amores, familia… que aunque nos pudiese parecer que al hacernos tan felices solo pueden aportarnos cosas buenas, a veces somos tan capullos que no los valoramos y de un bien sacamos un mal para nuestra forma de ser. Nos acostumbramos, no valoramos lo que tenemos, no somos capaces de compartirlo con los demás… Somos tan previsibles que el mismo modelo matemático nos sirve para las dificultades y para los buenos momentos. La grandeza es que el ser humano es capaz de cambiar su sino en cualquier momento. Es capaz de pensar, reflexionar y decidir qué y como quiere ser.